Es caro de cojones, igual que en España, pero el punto fundamental es que el billete no tiene sitio reservado, a menos que lo tenga, y entonces ese sitio sólo vale para un horario, pero se sigue pudiendo montar en cualquier otro horario sin asiento reservado durante todo el día.
Parece un lío, pero le da la vida. Para los viajes de trabajo se acabó el tener que ir corriendo a cambiar los billetes, el "¿quedarán plazas o tendré que esperar a mañana?", el "me voy ya que si no lo pierdo".
Es algo que en España seguramente ya no se pueda implantar, en parte debido a la mentalidad (me veo a la gente encerrada 3 horas en el baño del AVE) y en parte a los pañales en los que estaba el AVE en general cuando el 11M.
No culpo a Renfe de querer tomarse la seguridad más en serio, lo cual sin tornos y sin pamplinas no es posible, pero si algo nos ha demostrado la práctica es que los malos siempre ganan. Bueno, no es que ganen, pero tienen toda la paciencia del mundo para pensar cómo saltarse nuestras normas de seguridad y jodernos la vida. Y mientras, lo que hay es que vivir y disfrutar.
Y uno de los grandes asuntos pendientes del ferrocarril español es la flexibilidad. No sólo entre AVEs, no seamos elitistas, sino en general.
Ya se han dado los primeros pasos, la última vez vi en la estación de Granada que había quitado el arco de rayos X y que los padres podían volver a subir al tren a dejar la maleta de sus niños y darles los besos como antaño. Pero de aquí a usar un Interraíl y que no parezca una locura, como en el resto de Europa, vamos, queda todavía mucho.
Esperemos que la crisis haga a nuestros políticos y empresarios viajar más, y no sólo robar más, y aprender a valorar las virtudes de la libertad a la hora de viajar en tren.
Porque si encima de caro está enjaulado entre normas, entonces para qué.
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