miércoles, 21 de agosto de 2013

Cuando el fallo es humano


A veces ocurren accidentes. Sí, aunque se quieran evitar, a veces se alinean los planetas y no se sabe cómo al final hay un accidente. Y mortal en los peores casos, en los otros nos enteramos menos o nos importa menos, claro.
La cosa es que en ciertos medios de transporte, y a partir de ciertas velocidades, se intenta evitar a toda costa que influya el factor humano, sobre todo cuando las consecuencias pueden ser fácilmente de grandes dimensiones.
No digo que no sea grave que mueran 80 ó 200 personas a la vez, que lo es y mucho. Pero después del accidente de Spanair y del de ahora de AVE me pregunto, ¿y qué pasa en las carreteras?
Últimamente por suerte ya no hablamos de 3.000 muertos en carretera al año, pero proporcionalmente al número de viajeros, hay años en los que las estadísticas de muertos de avión y tren son cero al año. 
«¡Es que sólo había un maquinista en cabina!». Señores, un tren no tiene volante, el maquinista sólo tiene que acelerar y frenar, y cuando no se ahorra en trazado o señalización, ni siquiera eso debería poder ser peligroso. De hecho, el abrir y cerrar de puertas de algunas líneas se hace desde Atocha.
Luego está el hombre muerto. El botón, pedal y manivela que debe de pulsar y soltar en ciclos de 30 + 2,5 segundos. Será lo rudimentario que uno quiera, pero habiendo ya velocidad de crucero en los autobuses que transportan a 50 personas pues tampoco nos vamos a quejar. 
Cierto es que 30 segundos hasta el freno de emergencia a 200 km/h puede ser mucho si el infarto da con la mala suerte de que se quede pulsado, pero para eso hay otros sistemas en las líneas de Alta Velocidad que deberían funcionar.
Llamar por teléfono, o no llamar... bueno, ahora que veo a la gente mirando su móvil mientras conduce o tomándose una copita y tirando por aquel camino donde no hay controles pienso «ah claro, que si se mueren sólo 4 ó 5 es que da igual».