lunes, 8 de junio de 2015

Con las vacunas

Este año he tenido contacto con dos casos muy cercanos de gente que ha tenido que ingresar a sus hijos pequeños, de 7 y 21 meses, sin saber exactamente qué les pasaba, si se iban a curar y cuándo. En ninguno de los dos casos había una vacuna que lo hubiera podido prevenir, por desgracia, pero creo poder asegurar que cualquiera de ellos hubiera cambiado cinco minutos de pinchazo y un poco de fiebre como efecto secundario a cambio de la pesadilla de pasar días (o semanas) en el hospital.
El tercero de los casos sí fue una enfermedad para la que hay vacuna, pero el crío era tan pequeño que aún no tenía la edad para poderse vacunar y seguramente se contagió por un niño más mayor portador que no la había desarrollado. Tampoco es un buen trago para nadie.
Ya sé que a nadie le gusta que compare a niños con perros, pero como aún no tengo niños, es lo más que puedo hacer para ponerme en el lugar. Cuando a nuestra perra con tres meses le pusimos las cinco vacunas a la vez para poder sacarla con tranquilidad a la calle (sí, a los perros es normal tenerlos aislados hasta que se pueden vacunar para evitar el contagio), era tan pequeña y le dio tanta fiebre que se meó encima porque no era capaz ni de levantarse de su cama. Nos preocupamos mucho, obviamente, pero lo volvería hacer una y mil veces. Hay tantas cosas estúpidas por las que le podría pasar algo en cualquier momento, como a su hermano por ejemplo, que no me podría permitir la sensación de no haber puesto todo de mi parte para minimizar el riesgo.
Espero que dentro de unos meses pueda corroborar el sentimiento cuando me toque otra vez.
Peluche de anticuerpo de Giant Microbes

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