viernes, 24 de febrero de 2012

Las latas de atún

A veces me pregunto si la torpeza es una cosa innata, o realmente se podría mejorar si le pusiéramos un poco de empeño.
En mi caso quiero creer que es innato, porque si no la verdad es que no tendría perdón de dios que me sigan pasando las cosas que me pasan.
Mi momento más memorable fue el de las latas de atún. Estaba yo con mi familia política masculina, uséase, mi cuñado, el Marommo y un amigo, haciendo la compra en un hipermercado, cuando fui a coger un par de latas de  atún. Así parece una cosa inofensiva, pero no. Cuando uno es torpe pasan cosas. Y pasó que cuando fui a coger la segunda, se me cayó otra del montón. Y cuando puse esa se cayó otra. vamos, que cada vez que cogía una se caían una o dos más, muy a lo Mr. Bean. No sabría decir cuánto tiempo duró, pero ya os digo que más de lo que razonablemente una persona normal tardaría en recuperar el equilibrio y más de lo que se tarda en pasar de sonreír a tener la risa floja y a pasar a decidir no ayudar para ver con gran expectación cuánto tiempo es capaz de durar la cosa.
El caso es que era la primera vez que conocía a uno de los presentes, y creo que nunca conseguiré que me vea de otro modo, cosas del directo. Unas veces mi primera impresión es mala porque me paso de borde (o de homófoba), y otras es mala de ridícula

¿Y que a qué viene esto? Pues nada, que me estaba haciendo un té y se me ha caído el cacharro de la sacarina dentro. Y no sé cómo, mojada una, mojadas todas las putas pastillitas.
¿Que qué hacía yo tomando sacarina y no azúcar como las personas normales? Pues eso, el gilipollas claramente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ya que lo has leído, coméntame qué te parece, no?